Historia de la fundación de la Ciudad de La Habana, Cuba

La Habana es una ciudad marinera asentada al abrigo de una amplia bahía de bolsa y estrechísimo canal de entrada. Por su estratégica situación geográfica, en el justo centro de un continente largo, se convirtió en una de las ciudades más importantes de América desde sus inicios. La Habana era un lugar de encuentros y una corriente de influencias dentro y fuera del continente.

Desde su inicio fue la población más próspera de Cuba y de la región del Caribe, muestra de ello es la variedad de estilos arquitectónicos resultado de más de cinco siglos de historia, que pueden ser disfrutados caminando por sus calles y callejuelas.

La ciudad fue fundada por Pánfilo de Narváez en la costa sur entre abril y agosto de 1514 y fue bautizada como San Cristóbal de La Habana, aunque poco tiempo después se trasladaría al norte en el sitio donde hoy se encuentra, teniendo en cuenta que ya ahí existía también una población. La migración hacia el norte no fue un acto organizado, sino un paulatino flujo de moradores hacia las cercanías del conocido Río Almendares, pues la disponibilidad de agua fue una de las primeras preocupaciones esenciales.

Luego los habitantes de La Habana se trasladarían hacia la pequeña isleta que a modo de península se proyecta sobre su bahía, todo ello bajo las órdenes de Juan de Rojas, quien llegó a América en 1513, aunque su emplazamiento definitivo ocurrió aparejado a la construcción del primitivo Castillo de la Fuerza, entre 1538 y 1540.

La ciudad se fundó cercana a extensas superficies boscosas, junto al Puerto de Carenas. Al comienzo, el cabildo de la ciudad persuadió a los habitantes de preservar la valiosa riqueza maderera de los alrededores de la villa, propiedad de la corona española, para el disfrute de los habitantes, a la vez que se aprovechó este potencial para construir viviendas, templos, edificios y naves.

La importancia de la villa fue reconocida desde muy temprano gracias a las posibilidades que brindaba el puerto, convertido desde sus inicios en un importante enclave en todo el Caribe. Entre 1537 y 1541 se organiza el Sistema de Flotas y Armadas para la protección del comercio de Indias, y es elegida La Habana como el punto de reunión de los convoyes. Es en este año, cuando La Habana se convierte en la capital oficial de la isla y así en uno de los objetivos más preciados para los corsarios y piratas, lo que además aceleró el proceso de fortificación de la ciudad para convertirla en una plaza fuerte del circuito comercial americano.
 
La Habana inicial, con un trazado urbanístico irregular no llegó a nuestros días, debido a que en 1555, el pirata francés Jackes de Sores arrasó la villa y entonces se reconstruyó en la década siguiente. La Habana es la única ciudad de América que conserva huellas de las dos etapas que distinguen el urbanismo de Indias en el siglo XVI. Son dos etapas similares en cuanto a la adopción de una parrilla regular, pero definitivamente distintas en cuanto a morfología y funciones.

Para 1603, La Habana toma el trazado propuesto por el ingeniero militar Cristóbal de Roda, en el que quedó definido el carácter policéntrico de la población y la forma rectangular predominante en sus manzanas, proceso que también afectó a las poblaciones costeras del área del Golfo de México y el Caribe, en la que los edificios símbolos del poder político, económicos y religiosos presiden plazas diferentes.

El rápido crecimiento económico de La Habana estuvo marcado por la apropiación del potencial productivo del enorme territorio existente desde los términos de las villas de Trinidad y Sancti Spíritus hasta el extremo occidental de la isla que, aunque no explotado intensivamente, fue el proveedor de la riqueza maderera que alimentó los astilleros del Puerto de Carenas en la construcción de grandes buques. Otra de las actividades económicas fundamentales fue la ganadería, cuya explotación abasteció el consumo interno y de las avanzadas españolas en el continente norte. El tabaco fue otra de las actividades fundamentales, sobre todo asentado en las feraces tierras de Vuelta Abajo, donde ya se cultivaba esta preciada hoja. Para esta época, el puerto habanero se convertiría en el punto de embarque y recepción de todo cuanto salía y entraba en Cuba.

Desde el año 1674, en que se puso la primera piedra de la muralla de esta ciudad, se tiraron los cordeles de su circunferencia y longitud, de tal suerte que se amplió y se extendió un tanto más en su sitio, por cuya razón las casas y edificios que por entonces estaban en el último extremo vinieron a quedar en el centro, y todo lo demás espacio despoblado, en el cual los vecinos hicieron algunas guertas, hasta que con el tiempo se fue poblando y construyendo calles que se acercaban a la muralla.

En el año 1717 se dicta la Ley de Estanco del Tabaco y se crea la Real Compañía de Comercio de La Habana, férrea entidad mercantil que propició el enriquecimiento de los habaneros en detrimento de la mayoría de los productores del país.

En 1762, los ingleses logran apoderarse de la rica ciudad después de un largo asedio, aunque no lograron la aceptación de sus vecinos, quienes dieron una amplia muestra de rechazo a los invasores y de un apego a la patria chica. El abismo cultural y la religión existente entre los hispanocriollos y los anglosajones representaron una barrera infranqueable, aunque en el sentido económico hay que destacar que el período de dominación inglesa tuvo una significativa repercusión.

En un año de ocupación inglesa abolieron el monopolio comercial español y abrieron al tabaco, al azúcar, a las maderas y a otros productos del país, los mercados de Europa, y Cuba quedó a su vez abierta a la producción inglesa.

Al retomar la corono española nuevamente la villa de La Habana en 1763, a esta no le quedó otro recurso que liberar las trabas comerciales que frenaban el crecimiento de su colonia. Al respecto, en 1778, se aprueba la Ley de Libre Comercio con los puertos españoles habilitados al respecto.
Hasta 1778, La Habana contaba con 5 plazas principales, 11 plazuelas, 8 iglesias, 7 conventos, 3 monasterios, 6 hospitales y 2 establecimientos de enseñanza. La población llegaba a cerca de 52 mil habitantes viviendo en la zona de extramuros y más de 40 mil en la zona de intramuros.

En 1728 se funda la Real y Pontificia Universidad de San Jerónimo y en 1764 aparece el primer periódico “La Gaceta de La Habana”. En 1773 se funda el Seminario de San Carlos y 20 años más tarde se crea la Sociedad Económica de Amigos del País y la primera biblioteca pública.

El Despotismo Ilustrado traería la designación de gobernantes españoles más capaces para reorganizar la hacienda pública, así como la apertura de servicios públicos en la ciudad. De esta forma nació una nueva clase social, la oligarquía local que se interesa por su ciudad, sus calles y servicios, los lugares públicos, pero que además le interesa el prestigio de la casa que habita, el linaje de la familia, el ritual de la vida doméstica, el adorno del vestido, la comodidad de sus muebles, la calidad de la comida, que tiene intereses literarios locales, así como por desarrollar la historia y las ciencias.

A finales del siglo XVIII, la escena económica de la isla está protagonizada por la industria azucarera que transforma la región occidental en la zona productora de azúcar más importante de toda Cuba. A partir de los intereses de La Habana se desarrollan las regiones de la actual provincia de Matanzas (Cárdenas, Matanzas, Colón) y Las Villas (Cienfuegos y Sagua la Grande). En su Ensayo Político sobre la Isla de Cuba, el sabio alemán Alejandro de Humboldt destaca las potencialidades económicas, políticas y sociales que ofrecían el azúcar a la isla de Cuba.

A finales del siglo XVII y primera mitad del siglo XIX arriban a Cuba comerciantes, pintores, escultores, arquitectos, orfebres, herreros, viajeros, historiadores, naturalistas, botánicos, políticos y aventureros de todas las partes del mundo. Esta migración espontánea significó un impulso a la transformación del urbanismo, el desarrollo de la arquitectura y otras manifestaciones intelectuales, así como de nuevos oficios que antes la ciudad no conocía. Es en esta época cuando se funda el majestuoso Seminario de San Carlos, institución docente cuyos alumnos fueron formados en el ideario del liberalismo de la época.

Hasta el siglo XIX, en que se estableció el acueducto, la población estuvo atravesada por brazos de la Zanja Real, impresionante conductora de aguas diseñada por Francisco de Calona y Bautista Antonelli que, desde el Río de la Chorrera, conducía el vital elemento hasta la bahía para surtir las necesidades de los vecinos y los barcos. Debido a la Zanja Real, las calles se interrumpían por numerosos puentes.

Para 1846, La Habana había crecido considerablemente y ya contaba con cerca de 130 000 habitantes, de las cuales la mayoría residía en el área de extramuros. En 1863 se autoriza el derribo de los muros de la ciudad, configurándose el perfil unitario y continuo de la ciudad. Hacia 1850, la ciudad adquiere el aspecto compacto y monumental que hoy la caracteriza, por la sucesión ininterrumpida de un edificio a continuación del otro y la carencia de espacios libres y áreas verdes, salvo por el Paseo del Prado, Parque Central, la plazoleta de Albear y otros. A su vez, surgen barrios espontáneamente como El Cerro y del reparto de El Vedado, con cuyo trazado cierra La Habana el ámbito de su expansión en tiempos de la Colonia.

Por los méritos de su patrimonio arquitectónico, el Comité Intergubernamental de Protección del Patrimonio Mundial, Cultural y natural de la UNESCO declaró en 1982, a La Habana Vieja y su Sistema de Fortificaciones Patrimonio de la Humanidad.

Bajo la conducción de la Oficina de Historiador de la Ciudad de La Habana, la vieja urbe ha sido objeto de un programa de rehabilitación y conservación de gran alcance, que ha permitido la salvaguarda y puesta en valor de su valioso legado patrimonial.

Arquitectura militar de La Habana:

Las fortificaciones de las ciudades del Caribe fueron concebidas como parte de un sistema defensivo continental dirigido a la salvaguarda del tráfico comercial. Se construyen castillos a modo de cuadrados abaluartados, organizados interiormente en torno a un patio central, en las que el considerable grosor de los muros manifiesta la persistencia de los criterios medievales. Pero la concepción y diseño del edificio se apoya en los avances matemáticos alcanzados por el Renacimiento.

El sistema defensivo de La Habana fue complementado con otras fortificaciones que ampliaron la defensa costera del litoral norte y con la erección de un cerco amurallado que rodeó la ciudad antigua. La toma de La Habana por los ingleses obligó a la fortificación del Cerro de La Cabaña, donde se levantó la más formidable fortaleza construida por España en América, la de San Carlos de la Cabaña, inspirada en los principios defensivos sustentados por el marqués de Vauban, de defensa interrelacionada y cruzada cuya eficacia fue complementada con la erección de los Castillos del Príncipe y de Atarés.

Arquitectura Religiosa de La Habana:

Andalucía fue la vía por la cual llegó a La Habana la influencia de la arquitectura barroca, debido que sus puertos (Sevilla y Cádiz) eran los únicos habilitados para el comercio con la isla. La Habana tuvo un valioso conjunto de edificaciones hispanomundéjares de sentido religioso, pero el auge económico del siglo XVIII, provocó la suplantación de los edificios antiguos por fábricas de inspiración barroca, uno de los conjuntos más relevantes del área.

En las fachadas, el barroco dejó una huella trascendente por la incorporación de elementos de composición arquitectónicos que trascienden la arquitectura doméstica.

En el siglo XIX se incorporan elementos que tienden al neoclasicismo o que dialogan con formas francamente eclécticas.

Arquitectura Civil:

En el siglo XVIII aparecen los primeros edificios propiamente civiles: los astilleros, la aduana, el teatro Coliseo y otros. Pero no fue hasta el siglo XIX en que las funciones civiles de la ciudad toman mayor relevancia, sobre todo bajo el neoclasicismo, tendencia asociada al auge azucarero en la región occidental. A partir de entonces, detrás de los nuevos edificios, encontraremos la ejecutoria de los ingenieros militares, arquitectos y maestros de obras extranjeros y nacionales, hacedores de un patrimonio material.

En la segunda mitad del siglo XIX, tiene lugar un reordenamiento de gran envergadura de la ciudad de La Habana. Aparecen nuevos edificios destinados a teatros, circos, fábricas de tabaco, hoteles, cafés, sociedades de recreo, cementerios, jardines botánicos y otros, tendencia prolongada en las primeras décadas del siglo XX cuando se concluye la definitiva refuncionalización de la zona, hoy una de las más representativas de La Habana y parte del área declarada Patrimonio de la Humanidad.

En la urbanización de los terrenos extramuros afloraron las contradicciones existentes entre los criollos y peninsulares, por vía de la pugna establecida entre el Capitán General Miguel Tacón y el Intendente de Haciendas, Claudio Martínez de Pinillos, Conde de Villanueva, ambos empeñados en superar el uno al otro.

Tacón acometió un vastísimo plan de obras públicas cuya trascendencia urbana llega a nuestros días. Se ocupó de la pavimentación de las calles, la construcción de cloacas y sumideros la rotulación de las vías, la apertura de nuevas puertas en la muralla, la construcción de varios mercados públicos y de la pescadería, la remodelación o reparación de edificios existentes como la Casa de Gobierno y el Hospital de San Juan de Dios, la erección de otros de nueva planta como la cárcel y el teatro de su nombre, la colocación de elementos de amoblamiento urbano como la Fuente de Neptuno, el arreglo de la Plaza de Armas, el reordenamiento urbano del Paseo de Extramuros y del Campo de Marte, la ampliación de la calle de San Luis Gonzaga (Reina) y el trazado del nuevo paseo militar (llamado posteriormente de Carlos III). Las obras realizadas bajo los auspicios del general Tacón de carácter eminentemente civil, modelan el perfil propiamente urbano de La Habana, dada la diversidad de servicios públicos y el reacondicionamiento territorial de la ciudad en su conjunto.

Sobre la base de la misma plataforma estética, la gestión de Martínez de Pinillos reflejó los intereses de los hacendados criollos de orientación reformista. Entre sus proyectos para el embellecimiento de la ciudad se destaca la colocación de la hermosa Fuente de Los Leones en la Plaza de San Francisco (1836), y la extraordinaria de “La India” o “Noble Habana” en 1837, símbolo de la ciudad ubicada al final del paseo de extramuros. Otros dos grandes proyectos, de enorme trascendencia urbana y económica acometería el Conde de Villanueva. El primero, el acueducto de Fernando VII (1831-1835), bajo la dirección de Manuel Pastor. El segundo, el establecimiento del ferrocarril (1834-1837) que fuera un rotundo triunfo del patriciado cubano en expresión de su empuje económico: Cuba, quinto país en disponer del revolucionario medio de transformación se adelantó una década a su metrópolis en su introducción. La estación terminal, o de Villanueva, encargada al ingeniero norteamericano Alfredo Kruger, aportaría otro elemento para refrendar aquel sentirse “ciudadanos del mundo”, orgullosos de la clase élite del siglo XIX: fue el primer edificio del estilo neogótico de La Habana.

Arquitectura doméstica de La Habana:

A diferencia de España, en Hispanoamérica se utilizó un solo modelo urbano, el regular, y uno solo para las viviendas, el de patio. El uso extendido de las viviendas de patio en el inmenso territorio americano conquistado por España rebasa fronteras diferenciales relacionadas con el clima, los antecedentes culturales y el desarrollo socioeconómico.

La generalización de las casas de patio en climas y sociedades diferenciadas solo encuentra razón en sociedades ideológicas, como se expresa en la Ordenanzas de Sevilla (1527), la casa hidalga es la de patio, por lo que este será el modelo acorde con el ideario hidalgo de la conquista.

Pero lo distintivo no queda tan solo en el uso de la traza regular y la casa de patio, sino también en que, a diferencia de España donde ambos modelos tuvieron desarrollos independientes, en Hispanoamérica se funden en uno solo para dar origen a un resultado inédito: la ciudad americana. De esta suerte, desde el primer momento La Habana fue igual y a la vez distinta.

Al contrario de lo que pudiera suponerse, la arquitectura doméstica inicial de La Habana consistió en una traslación literal de lo común en las casa hidalgas de Castilla y, por ende, se construyeron obras de gran porte, tributarias del gótico –mudéjar, y del primer renacimiento castellano.

En Cuba no quedan exponentes de la envergadura de los dominicanos pero el fuerte –morada de Velázquez en Santiago de Cuba y algunos testimonios habaneros evidencian que también en nuestras tierras se fabricaron edificios austeros, de canto, sin balcones, de aspecto castrense, almenados, torreados y, en casos, con aspilleras.

Las viviendas cercanas a la Plaza de San Francisco generalmente elevan el puntal en la esquina a modo de torre, lo que le otorgaba a La Habana una riqueza volumétrica que fue desapareciendo en la medida en que se fue uniformando la escala de las edificaciones.

Para construir una casa torreada se requería de un permiso especial pues ello era señal de extremo prestigio. Otros testimonios gráficos del siglo XVII refrendan el aspecto desnudo de las viviendas, la poca presencia de balcones, su preferente ubicación a esquina o sobre la puerta de entrada, el color blanco de cal en los muros, el tostado de los elementos madereros y el rojo de los tejados.

La mayoría de las viviendas están cubiertas con tejas, lo que supone la presencia de las armaduras de madera, de las que se encuentran referencias documentales tempranas. La armadura de madera fue definitivamente la solución adoptada por la casa cubana, debido al régimen de lluvias del país y la durabilidad y estética de la casa. La casa natal de José Martí, de principios del siglo XIX es una modesta expresión en la que se perpetúa el modelo austero de los primeros momentos.

Muy tempranamente en La Habana aparece una propuesta que se generaliza luego en el resto de las ciudades portuarias del Caribe y después toma carta de naturaleza en toda la América Hispana: la tienda en esquina. Las tiendas esquineras son estructuras de poca altura, de muros de cantería lisos, con aleros en tejaroz, aberturas pequeñas consistentes en una puerta, al parecer de entrada que tal vez conducía a la escalera y sendas a cada calle en la planta baja.

En los altos, vanos en el eje de las puertas esquineras interiores, protegidos con antepechos, no tienen balcón ni tampoco lo que propiamente pudiera ser un patio. En un principio lo frecuente fue el uso de pilares de cantería en el ángulo de la esquina. En un documento de 1585 referido a una casa en La Habana, se contrata la fábrica de lo que es una casa de planta baja en la que es condición que la esquina de las dos calles ha de formar una puerta por esquina con su mármol o pilar en medio, lo que fue alusión clara a este tipo de solución que fue común a juzgar por los vestigios arqueológicos que aún pueden ser observados y por testimonios documentales.

Ciudad mercantil por excelencia, al transformarse su puerto en el resguardo de la Flota de Indias, La Habana se sostuvo de dos actividades económicas básicas: el comercio y el alojamiento de los pasajeros de la Flota. Ambas actividades marcaron su arquitectura de un modo peculiar. En los bajos se comenzaron a disponer habitaciones accesorias para la renta o alquiler, y en las esquinas y aún en la medianía de las cuadras, espacios destinados a la venta de mercancías, tabernas, bodegas y otros fines de similar carácter.

La más completa referencia documental sobre una casa de este tipo data de 1579, por lo que puede afirmarse que esta estructura que caracteriza la arquitectura doméstica de filiación hispánica en todo el Continente aparece en América desde muy temprano. Se conoce por determinadas evidencias, que en La Habana se construyeron las primeras tiendas de toda América.

Las casas más antiguas de La Habana poseen un acceso enfrentado a un patio rodeado de galerías, sostenida por horcones de maderas en uno o varios lados. Comúnmente de dos plantas, las dependencias de los bajos fueron usadas como comercios, talleres, almacenes, tiendas o habitaciones accesorias dedicadas a la renta o alquiler, la planta alta se reservó para la vivienda propiamente dicha.

En la calle Oficios se construyeron cuatro de las más destacadas viviendas del siglo XVII que, aunque muy transformadas, han llegado a nuestros días. Todas tienen la puerta de acceso al centro de la fachada, enfrentada al patio. Oficios 6 perteneció al platero canario avecindado en La Habana Jerónimo de Espellosa, quien adquirió la vivienda en 1678 en cuatro mil seiscientos pesos, cifra bien alta para la época. A su muerte, su viuda Francisca de Aguado la vendió al obispo Compostela en 1688.

A finales del siglo XVII comienza a sentirse una clara incidencia “andalusí” que origina un nuevo modelo planimétrico claramente manifestado en a casa de Teniente Rey esquina a Aguiar, se trata de la vivienda con acceso acodado con respecto al patio, con galería en horcones de madera en los lados menores de éste, y sin galerías en los mayores. Son casa de una planta con tiendas esquineras de dos niveles. La puerta de acceso está ubicada a un costado de la fachada y da acceso a un zaguán que desembarca en la galería. A partir de esta casa se generaliza el esquema planimétrico caracterizado por una puerta –cochera de acceso situada a un costado de la fachada en eje acodado con respecto a un patio rectangular con galerías en los lados menores y sin galerías en los mayores. Dicho esquema se constituye en la disposición típica de la vivienda habanera de una planta a partir del siglo XVIII y coexiste con el modelo en patio claustral adoptado por la nobleza en el mismo período.

El esquema acodado pervive en La Habana hasta las primeras décadas del siglo XX. Sobre el zaguán se ubicó un cuarto alto y también en algunas de las crujías al patio fue frecuente colocar una segunda planta. Como una vez afirmara Cirilo Villaverde: “la casa de zaguán es peculiarmente habanera”.

Con el barroco surge nuevo tipo de vivienda ligada a la oligarquía, llamada señorial o casa-almacén, caracterizada por el patio claustral con puerta enfrentada al mismo. El patio se desarrolla en arcos sobre columnas, como resonancia tardía de los modelos españoles señoriales del Renacimiento y del Barroco. El tipo señorial alcanza su máxima expresión con la construcción de los palacios del Segundo Cabo y de los Capitanes Generales en la Plaza de Armas.

Con el Neoclasicismo, las viviendas se modernizan en cuanto a sus complementos, pero los tipos son los heredados de la centuria anterior que se ofrecen según los rangos sociales: el “señorial” de dos plantas con entresuelos para las clases altas, el de una planta con zaguán a un lado para los sectores medios y el de una planta sin zaguán para los de menos recursos.

La renovación formal descansa en gran medida en la sustitución de la madera por el hierro. En las casas señoriales, el lujo se enseñorea de los interiores. La impresión primera es de una fuerte luminosidad, lograda por el colorido de los magníficos mediopuntos de cristales de colores y las pinturas murales cuya extensión e importancia en las viviendas coloniales de Cuba aún no han sido lo suficientemente destacada.

En la segunda mitad del siglo XIX, la renovación arquitectónica descansará en la magnificación de la escala y en el tratamiento de las fachadas que adoptan por unanimidad el canon academicista de distribución ascendente de los órdenes: dórico-toscano, jónico y corintio. En cierta medida, estos edificios representan los tanteos iniciales del eclecticismo que se impondrá en las primeras décadas del presente siglo.

Las transformaciones urbanas del área extramuros provocaron el abandono de las casas de patio y el surgimiento de un nuevo tipo, el de la casa-chalet, vinculada a las nuevas urbanizaciones que extienden la ciudad en los siglos XIX y XX.

A mediados del siglo XIX surge un nuevo tipo de construcción doméstica, la casa comunera, muy parecida a los palacetes de la oligarquía. En este tipo de casas, todas las habitaciones se destinan a viviendas, habitadas por diferentes familias y pertenecientes a uno o varios dueños. El patio pierde las galerías y se ofrece como un estrecho rectángulo en el sentido de la profundidad del solar, esquema que se generaliza en las primeras décadas del siglo XX.

Hasta nuestros días ha llegado el legado de las primeras familias asentadas en La Habana, expresada en las edificaciones que construyeron, en las obras públicas que financiaron y en los aportes arquitectónicos y culturales que dejaron a la posteridad. Muchas de las casas que antiguamente fueron mansiones de las familias ricas habaneras, posadas, centros de recreo, hoy son lujosos hoteles y casas dedicadas a la renta, una actividad económica que el estado cubano legalizó tempranamente, con el objetivo de ayudar a las familias como fuente de ingreso y que además contribuyera a la edificación del patrimonio al restaurar estos lugares llenos de historia.

Patrimonio Intangible de La Habana:

En el siglo XIX, llamó profundamente la atención de los extranjeros que visitaron La Habana y otras ciudades del país el hecho de que las ventanas y puertas permanecían abiertas a la calle de manera que la vida privada quedaba a la vista de todos. Fue motivo de asombro también el hecho de hacer tertulias al atardecer en las puertas de acceso a las viviendas y en las aceras.

Es el espacio exterior el medio por excelencia del cubano, quienes encuentran en plazas y calles su ámbito de referencia, participación, intercambio, flujo vital y reflexión, búsqueda de un calor humano sin el cual no es posible la existencia.


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