Historia de la fundación de la ciudad de Santiago de Cuba, Cuba

Santiago de Cuba: forja de la nación cubana.

La ciudad de Santiago de Cuba es portadora en grado superlativo de las características culturales que identificamos como “lo cubano”. No por gusto, desde los inicios, el nombre de Cuba identificó al país y a la ciudad. Ascender por sus elevadas calles podrá ser el primer paso para entender su peculiar modo de ser.

En cuba, los panoramas urbanos son, por lo general llanos, sin accidentes, salvo la suave pendiente sobre la que descansa Trinidad, el amplio anfiteatro que le sirve de marco a Matanzas y el espectacular emplazamiento de Santiago de Cuba, difícilmente empinada, encaramada sobre terrazas que descienden hacia el mar y se coronan a lo lejos por las montañas más altas del país. Situada al fondo de una dilatada bahía, la ciudad quedó naturalmente defendida por las características geográficas del asentamiento elegido.

La belleza de su entorno geográfico se acusa por el contraste de sus mares azules, sus montañas verdes, su luz que ciega sobre sus muros inicialmente blancos, después de muchos colores, de sus casas cubiertas con tejados rojos. Su intenso calor. La primera capital de Cuba, sede de la gobernación del conquistador y colonizador de la isla Diego Velázquez y de la Casa de Contratación y Fundición del Oro quedó excelentemente situada en comparación con los territorios situados al sur de Cuba.

Desde Santiago de Cuba, Velázquez organizó las exploraciones del golfo mexicano, historia bien conocida y que finalmente llevaría a su deudo –después enemigo- Hernán Cortés a la conquista del impresionante mundo de los aztecas. La disputa entre Velázquez y Cortés con respecto a los nuevos territorios fue más trascendente en lo histórico que en lo personal. La conquista de México significó la declinación del protagonismo de Velázquez y, por tanto, de Santiago de Cuba en favor del Puerto de Carenas en la costa norte occidental de la isla, pronto conocido como el lugar más adecuado para acceder a la corriente del Golfo.

Esta herida aún está viva en Santiago de Cuba. Desde entonces, uno de los rasgos de la idiosincrasia colectiva santiaguera es el parangón entre el Oriente y el Occidente, contradicción que se sumaría a la existente entre criollos y peninsulares, entre amos y esclavos. Y hay algo de cierto en que el Oriente perdió preminencia después del paso en 1538 del Adelantado Hernando de Soto, nombrado conquistador de la Florida y luego gobernador de Cuba, con el consiguiente ascenso de La Habana. Pero Santiago de Cuba aprovechó muy bien el abandono para constituirse en la capital cubana del Caribe.

Al trasladarse la sede del gobierno para La Habana a mediados del siglo XVI, las autoridades locales se asentaron en Bayamo y la ciudad quedó en manos de contrabandistas y piratas. Durante esos años, las poblaciones de las Antillas Mayores vivieron una etapa de escualidez, dirigidos los esfuerzos de España hacia la consolidación de la conquista del inmenso territorio continental. Pero el feroz ataque de Francis Drake a Santo Domingo en 1586 le otorgó nuevos significados a las olvidadas islas antillanas.

La pérdida de las Antillas Mayores era, de hecho, la del imperio americano. Tuvo lugar un reforzamiento de la presencia española y la ejecución de un ambicioso programa de fortificación del Caribe, dentro del cual quedaron comprendidas las ciudades cubanas de La Habana y Santiago de Cuba.

En Santiago de Cuba se tomaron medidas para la explotación de las minas de cobre, actividad de enorme importancia militar, lo que trajo consigo una enorme cantidad de trabajadores, comerciantes, agricultores y hacendados, el desarrollo del comercio y un permanente intercambio de contrabando con los ingleses y franceses establecidos en los territorios vecinos.

Comienza la interacción entre españoles (hidalgos, artesanos, labradores de origen cristiano, morisco o judío), indios cubanos, indios centro y suramericanos trasladados a Cuba, portugueses, ingleses y franceses, africanos de diversas etnias y criollos nacidos de cada uno de ellos o de los diversos cruces de sangre entre unos y otros.

Este proceso de confluencias caracterizó a los dos primeros siglos coloniales y se dio con diversos grados de intensidad en todas las poblaciones existentes en Cuba, pero en el Occidente el desarrollo de la plantación esclavista en la primera mitad del siglo XIX trastocó en lo demográfico y en lo sociocultural las relaciones establecidas entre los diversos componentes de la sociedad colonial debido al crecimiento desmedido de esclavos no integrados socialmente y el aumento considerable de la presencia militar española y de la inmigración peninsular en sentido general –los blancos- con la consiguiente división entre unos y otros, característica del Occidente cubano en dicha etapa y que fuera arma política utilizada contra España para impedir la independencia de Cuba. Santiago de Cuba no se escindió en blanco y negro, sino fundió en su seno a todos los que vinieron a esta tierra por las buenas o por las malas.

En 1607 se determinó la división de la isla en dos departamentos, el Oriental y el Occidental, el primero con Santiago de Cuba como capital. Esta medida le devolvió a Santiago la prestancia política perdida en la primera mitad del siglo XVII con la multiplicación de las haciendas, los ingenios, los hatos y los corrales. La ciudad creció en población y caudales, por lo que fue necesario disponer de su debida defensa. Con la construcción de las fortalezas a la entrada de la ciudad, Santiago recobró vida y el puerto tuvo gran significación como centro de actividades del corso criollo.

El despegue de Santiago de Cuba puso inquieto a los ingleses, por lo que en 1662, el capitán filibustero Myngs desembarcó con más de dos mil hombres causando grandes estragos. A partir de este hecho, los españoles desistieron de recuperar a Jamaica y Santiago de Cuba se convirtió en la proveedora de cobre, el ganado, la carne y los cueros necesarios para los ingenios de dicha isla. Se inicia una era de prosperidad por el intercambio establecido con los ingleses, incluso en esta ciudad radicó una de las sedes principales relacionadas con la trata de esclavos en Cuba, al controlar el comercio de esclavos en la región, lo que llevaría la ciudad a un gran esplendor económico.

En 1766, un terremoto de gran intensidad causó grandes estragos lo que vino a aumentar las dificultades por las que ya atravesaba la región. A pesar de la libertad concedida al puerto para el comercio con los autorizados en la Península otorgado en 1778, Santiago no saldrá del estupor hasta finales del siglo XVIII en virtud de la renovación socioeconómica y política que el Despotismo Ilustrado trajo consigo, lo que coincidió con el arribo de los franco-haitianos que llegaron en masa huyendo de la revolución de Haití. Estos emigrantes convirtieron a Santiago en el primer puerto exportador de café del mundo, con lo que se recuperó la prosperidad comercial. La libertad de comercio decretada en 1818 vino a sancionar definitivamente el carácter mercantil de Santiago de Cuba.

Pero Santiago de Cuba no recuperaría la época en que fuera la sede del comercio de esclavos con los ingleses. Tampoco daría el salto de las ciudades ubicadas a la vera de los grandes puertos exportadores de azúcar como La Habana, cuya preeminencia estaba sólidamente establecida desde antaño pero se acrece a partir del último tercio del siglo XVIII o Matanzas que en los mediados del siglo XIX se transformó en la principal exportadora de azúcar del mundo. La causa de la detención de la prosperidad agrícola y comercial de la región estuvo relacionada con la expulsión de los franco-haitianos en 1808 debido a la invasión napoleónica de España, pues al prescindir de sus nuevos habitantes, se perdía la parte más industriosa de su población.

En la región se había incursionado en el azúcar desde tiempos anteriores, pero la industria no llegó a alcanzar la significación que tuvo en el Occidente. Sus mejores esperanzas estaban en el café, floreciente en la década de 1820 y en el tabaco que adquiere importancia al desaparecer el estanco en 1817. Pero los hacendados santiagueros no pudieron enfrentar la baja de los precios de sus productos a partir de la década de 1840, lo que llevó a la ruina de la mayoría de los productores. Este fue un proceso que afectó a toda la isla pero en el oriente de Cuba fue mucho más grave pues los productores tuvieron mucho menos posibilidades de enfrentar la crisis dado el bajo nivel tecnológico de sus instalaciones.

A mediados del siglo XIX, Santiago de Cuba había configurado su centro histórico a pesar de la economía arrasada, sobre todo por el inicio de las luchas por la independencia cubana en 1868. Durante la república se hicieron edificios de gran porte dentro del recinto histórico, se asfaltaron calles, se mejoraron las conductoras del acueducto, se insertaron redes telefónicas y eléctricas, pero las principales intervenciones urbanas se realizaron en los ensanches, creciendo la ciudad considerablemente a partir del núcleo configurado en los siglos coloniales.

En la actualidad, la ciudad de Santiago de Cuba es la segunda en importancia del país y atesora testimonios del patrimonio material e inmaterial. El Castillo de San Pedro de la Roca del Morro fue declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO en 1997, en el año 2000 fue también de este modo considerado el sitio cultural denominado “Paisaje Arqueológico de las primeras plantaciones cafetaleras en el sudeste de Cuba” y el 7 de noviembre de 2003 fue declarada Obra Maestra del Patrimonio Oral e Inmaterial de la Humanidad la tumba francesa de “La Caridad de Oriente”

La ciudad de Santiago de Cuba:

Santiago de Cuba se distingue por el indisoluble nexo entre la ciudad y su entorno geográfico, relación que da lugar a lo que se denomina “paisaje cultural”, en el que la naturaleza y la acción del Hombre se conjugaron para ofrecernos un sitio valioso en lo relativo a lo natural, lo histórico y lo cultural. Su centro histórico no es aprehensible sin las montañas y el mar que son partes del mismo.

La ciudad también se distingue del resto de las villas primitivas cubanas y de las fundadas en el ámbito de Las Antillas por ser la única que pervivió la traza regular inspirada en la tradición bajomedieval española, modelo que sirviera de fundamento a la cuadrícula de Indias.

Las ciudades homólogas cubanas y en el entorno del Caribe fundadas bajo similares presupuestos fueron abandonadas o sus trazados se transformaron con posterioridad al calor de nuevas incidencias. La traza de Santiago de Cuba se caracteriza por la disposición de manzanas tendentes al cuadrado en torno a una plaza central donde se ubicaron la Iglesia Parroquial y el Cabildo.

El Convento de San Francisco, en el extremo este de la artería que comunicó el centro de la población con la bahía, fue un hito urbano fundamental. Los franciscanos ejercieron una notable influencia en la configuración inicial de las ciudades antillanas.

Donde quiera que se establecieron, organizaron la procesión de la Semana Santa y las calles por donde se realizaba la remembranza de la pasión de Cristo se transformaron en los ejes estructurantes de las poblaciones. En el caso de Santiago de Cuba, dichas calles fueron las de la Marina y Amargura.

Entre los fines del siglo XVII y los mediados de la centuria siguiente Santiago de Cuba dio un gigantesco salto. Fue tal vez este período el de mayor empuje en la historia colonial de la ciudad. A finales del siglo XVIII y mediados de la siguiente centuria tiene lugar grandes cambios urbanos. Se mejoran o incorporan numerosos edificios civiles como el nuevo muelle, el cuerpo de la guardia, la aduana, el coliseo, los barracones, el cuartel de la infantería, el cuartel de la artillería, los almacenes del ejército, el mercado y el cementerio. El único edificio religioso de nueva planta fue el de la Iglesia de Santa Ana.

Arquitectura Religiosa de Santiago de Cuba:

Un examen atento de la cartografía urbana hispanoamericana disponible permite verificar que, a lo largo del siglo XVI, la iglesia matriz de las nuevas ciudades recién fundadas tuvo un modo peculiar de situarse en relación con el espacio urbano. En efecto, el edificio de la iglesia matriz se levantó <<de lado>> con respecto al espacio de la plaza, resultando de ello que el acceso preferente, o sea el de la plaza, se practicase en su muro lateral y no en la fachada de los pies como había sido habitual en la tradición cristiana desde la época constantiniana.

Santa Basílica Metropolitana de Santiago de Cuba:

El templo primitivo, al frente de la plaza principal de la ciudad fue destruido por el terremoto de 1766. Para su reconstrucción se presentaron diferentes proyectos que revelan el conflicto entre tradición y modernidad en que habrá de desarrollarse la arquitectura santiaguera del siglo XIX. A una de dichas propuestas, la de Juan Perote de 1811, se puede atribuir la introducción tardía del barroco en la ciudad. No obstante, la iglesia terminó por adquirir una fisonomía neoclásica, transformada finalmente en neorrenacentista.

La construcción de la catedral metropolitana de Santiago de Cuba en el lado sur de la Plaza mayor de la ciudad, se inició en 1528 y fue el primer templo construido de piedra y tejas del país pero experimentó sucesivas reedificaciones. Fue situada de costado a la plaza, con el frente hacia la calle de Santo Tomás hasta principios del siglo XIX en que, al ser reconstruida, la fachada fue orientada hacia la plaza Mayor.

Santuario Nacional del Cobre:

En la cercanía de Santiago se levanta el Santuario Nacional de la virgen de la Caridad del Cobre en sitio surgido en el siglo XVI por la explotación de las minas. El culto a la virgen del Cobre es expresión de la fusión de los componentes étnicos de la nación, representados simbólicamente en los tres Juanes que encuentran a la virgen en la bahía de Nipe: el blanco, el indio y el negro.

La devoción a la virgen de la caridad de Cobre llegó hasta Occidente en un proceso que tuvo como hitos las iglesias de esta advocación erigidas en Trinidad, Sancti Spíritus y luego en Puerto Príncipe. Desde el centro de la isla partían los peregrinos, pernoctando en Puerto Príncipe, lo que diera lugar a las famosas ferias de la Caridad y al hospicio fundado por el padre Valencia en dicha villa.

En la ruta al cobre fueron emergiendo poblados, como el de Las Tunas, transformándose este camino en factor de fusión cultural que fue homogenizando las diferencias regionales por el contacto establecido entre individuos de villas diferentes.

En 1738 el culto a la virgen había llegado a La Habana. En la capital fue ganando adeptos hasta su identificación con la nación al postrarse ante su imagen el Padre de la Patria Carlos Manuel de Céspedes y del Castillo y poner bajo su amparo la independencia de Cuba en 1869.

Al término de la guerra del 95, los miembros del ejército libertador promueven el reconocimiento de la Caridad del Cobre como patrona de Cuba, lo que fue proclamado el 8 de septiembre de 1916.

Arquitectura Civil:

A partir de los criterios divergentes con la Real Academia de San Fernando sobre la construcción de la nueva catedral, en año 1791 el gobernador Juan Bautista Vaillant eleva un informe donde expone cómo construir en madera, teniendo en cuenta las necesidades locales. Los puntos de referencia son cuatro variables que hacen a las construcciones baratas, resistentes, perdurables y ventiladas.

La polémica entre tradición y modernidad cobró especial significación en Santiago de Cuba en la decimonovena centuria cuando se construyeron numerosos edificios públicos. Los defensores de lo primero argumentaron su eficaz respuesta ante los terremotos; los partidarios de lo segundo consideraron el riesgo de incendio.

Esta disputa que revela un conflicto de carácter estético y, aún más lejos, político y de identidad, tienen su origen en el siglo anterior. Los edificios civiles contaron con proyectos tradicionales y neoclásicos, estos últimos insertados a modo de islas en una ciudad en la que lo tradicional es el sello de su identidad.

Arquitectura doméstica:

Debido a la accidentada topografía de la ciudad de Santiago de Cuba, hoy se puede decir que es la ciudad más mudéjar de Cuba, donde la tradición temprana se extendió hasta bien avanzado el siglo XIX, sin que apenas repercutieran las incidencias estilísticas que actuaron sobre la arquitectura cubana en los siglos XVIII y XIX.

Queda muy poco de la ciudad primitiva, una ciudad prácticamente rehecha después del terremoto de 1766. De ahí que, por temor a los terremotos predominaron las casas de una sola planta. En las de mayor rengo se utilizaron techos de armadura con tirantes y lacería, pero el más común en Santiago de Cuba fue el de rollizos, maderos redondos sin escuadrar que aparecen sobre todo en las viviendas de colgadizo, tipo popular de remotos orígenes y en el que es constante la presencia de los pretorios, escaleritas empotradas o adosadas a los muros exteriores que salvaron las diferencias de nivel entre edificios y calles. El colgadizo es un techo muy simple a una sola vertiente que nace de la fachada y desciende paulatinamente hacia el fondo.

Las viviendas iniciales consistieron en fábricas configuradas por una sola crujía, situada en las partes delanteras de solares inmensos destinados a la siembra de frutales y la crianza de animales domésticos. En el siglo XVII esta estructura elemental fue mayoritariamente de ‹‹colgadizo››. Las de mayor porte crecieron mediante la adición de una galería que terminó por cerrarse dando lugar a un nuevo esquema planimétrico configurado por dos crujías paralelas a la calle, sin construcciones en los lados del patio. En dichos espacios se ubicaron la sala y el comedor al centro y a los ambos lados de cada una de estas estancias las alcobas y recámaras.

En el patio se levantaba un colgadizo utilizado como cocina y se ubicaban también las letrinas. La similitud de este esquema planimétrico con el de las viviendas de Santo Domingo es sumamente acusada.

En Santiago de Cuba la puerta de entrada aparece indistintamente ubicada a un costado o al centro de las fachadas. En el primer caso, en la primera crujía se dispone la sala con una alcoba, en el segundo la sala al centro de dos alcobas laterales. Los vanos exteriores no se disponen de modo simétrico en el muro y el remate está formado por el saliente de las vigas de los techos terminan a modo de canes y sostienen un tablón volado en función de alero. Las rejas de hierro sustituyen en siglo XIX a las de madera.

Desde la segunda mitad del siglo XVIII se incorpora un nuevo elemento a las fachadas: el corredor, especie de balcón accesible desde la calle llamado originariamente altozano y por mucho tiempo prohibido por el cabildo local hasta que la expansión de la ciudad por encima de sus elevaciones hizo de esta solución una necesidad.

En el siglo XIX se generalizan los portales y se le pierde el miedo a las casas de dos plantas que al igual que las uniplantas transitan desde una fisonomía tradicional a versiones que responden a la renovación formal neoclásica.

El patio se transforma en el centro de la vivienda presidido por los brocales de aljibes. Las casas abandonan el blanco y asumen el color que no solo realzan las paredes sino que también iluminan los mediopuntos de cristales.

De una o dos plantas, las viviendas santiagueras son, por lo general, de cuje, material constructivo que no permite la inserción de aditamentos arquitectónicos lo que explica la lisura y carencia de ornamentación de los muros.

Pero ninguna expresión cultural puede pasar por encima del tiempo al que pertenece lo que da lugar a conciliaciones increíbles: balcones madereros cubiertos con tejadillos y sostenidos en canes a la manera tradicional con barandajes de hierro al modo del siglo XIX; es como si en Santiago de Cuba el tiempo perdiera su secuencia histórica para darse al unísono procesos que, en otras partes, tuvieron un lógico decurso.

Si esto quedara en este punto, ya sería la casa de Santiago de Cuba un caso muy especial. Pero hay más. La vivienda adopta elementos derivados de la interpretación maderera norteamericana de temas neoclásicos o eclécticos. Se generalizan los arcos triunfales, los cielos rasos de madera, las persianerías cerrando balcones, los pretiles de hojalata ciega o troquelada que rematan portales y balcones planos, insertados de manera adintelada a las fachadas, las buhardillas, los muros de listones de madera clavados a cara y cara de la horconadura de apoyo y empañetados con yeso.

Arquitectura vernácula Industrial:

En las proximidades de la ciudad de Santiago de Cuba se fomentó desde el siglo XVI uno de los asentamientos más antiguos de Cuba, la aldea El Caney, donde fueron agrupados los indios del territorio después de la abolición de las encomiendas. Aún a principios del siglo XIX se le reconocía como un poblado de indios, tal y como se consigna en el proyecto para su nueva iglesia realizado por el maestro de matemáticas Juan Francisco Soler, uno de los constructores de mayor prestigio de la época.

Cerca de la ciudad, en las propias montañas, en las cimas, en las profundidades de los acantilados los emigrados de Santo Domingo que huían de esas tierras, establecieron sus casas y se asentaron.

En El caney y en otras zonas vinculadas al centro histórico como cayo Granma, construcciones de madera testimonian el uso de dichos lugares para veraneo en las primeras décadas del siglo XX.

La ruina de los cafetales fomentado por los franco-haitianos constituye un valiosísimo testimonio de la arquitectura de plantación caribeña. Son los únicos sobrevivientes del tipo de habitación que existiera en Haití y que desapareciera por la Revolución. Estas viviendas son exponentes criollizados, resultado de la mezcla de elementos procedentes de la cultura arquitectónica de españoles, franceses e ingleses, íntimamente relacionadas en la región.

Rodeada por jardines de los cuales la vivienda era parte, las más notables consistieron en edificios rectangulares de dos plantas carente de patios, utilizada en parte para viviendas y, en parte, para almacenes u otros destinos. Dicho rectángulo se compone internamente de un gran salón dividido por arcos de madera, solución que se advierte en las viviendas de plantación de La Luisiana y en el interior de las casas de Nueva Orleans y otras ciudades de los Estados Unidos vinculados a los franceses. Abriendo al salón, los cuartos o alcobas. La cocina, por lo general, no se encuentra dentro de la vivienda.

Las cubiertas son muy empinadas, a dos vertientes en las de menor complejidad constructiva, a cuatro en las grandes edificaciones. A diferencia de las armaduras de estirpe hispánica, no se desarrollan en colgadizo, sino que la viga que cubre el portal o el balcón, se apoya en el tercio inferior de las alfardas que conforman la armadura del espacio principal, cuya vista se oculta detrás de un techo plano. Se origina un espacio de buhardilla utilizado como almacén.

Estos techos contaron inicialmente con tejas de madera, pero el deterioro de este material en las condiciones de humedad de la montaña fueron sustituidas por planchas de zinc. Los muros de carga son de mampostería y los divisorios de madera. Los primeros están estructurados a la manera peculiar de los franceses. Este sistema constructivo caracteriza a las edificaciones de la ciudad de Guantánamo.

En uno de los frentes, las ventanas se abren a amplios balcones o con portales en el caso de ejemplos de casa de un solo nivel. Portales y balcones sostenidos en horcones de madera, similares a los de las viviendas santiagueras, y que son viseras protectoras del sol y miraderos para el disfrute del impresionante entorno natural donde se encuentran enclavadas. Los franceses se distinguieron además, por los caminos que construyeron en las montañas y por los acueductos, presas y embalses que garantizaron el agua a sus instalaciones.

Patrimonio Intangible:

En Santiago de Cuba florecieron manifestaciones vinculadas a las fiestas populares que tienen relevancia nacional. Ningún cubano queda indiferente al escuchar la trompeta china dando aviso al inicio del carnaval; a todos nos conmueve las notas del son y de la trova.

Ese desenfado alegre, eso olvidar penas y sucesos en fiestas y cantos es parte de las armas con que el cubano ha sabido enfrentar las adversidades sin perder la franqueza, la lozanía y la abierta manera de su modo de ser.

Dentro de un amplísimo espectro de contribuciones singulares, la tumba francesa, rito musical y danzario generado en el seno de las comunidades esclavas provenientes de Santo Domingo y sus descendientes, es ejemplo de fusión de lo local con lo regional, de lo cual Santiago y su gente es parte indisoluble.
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